Transitamos
tiempos de cambio, intensos, decisivos, históricos.
Asistimos
a escenas impensadas en las más altas magistraturas de la república. Algunas de
ellas ingresan en el campo de la psiquiatría, otras en el espacio del delito y demasiadas
en esa zona sin retorno cual es la del ridículo.Mentir, atacar a propios y extraños, dividir a la sociedad argentina con falsos dilemas, comparar al finado, tan adicto al peculado, con San Martín y Belgrano, son ínfimos ejemplos de quien padece su mala conciencia. Los signos ominosos de una enorme desgracia: La de un gobierno corrupto que ha malgastado recursos, inspirado en políticas infames y en ideologías revanchistas, sembrando dolor, pobreza y muerte a lo largo de una década y avizorando el fin, comienza a asustarse.
Saben que más temprano que tarde tendrán que rendir cuentas, despojados de la prepotencia del poder, por el enriquecimiento ilícito y la impericia que profusamente ejercieron desde el gobierno. Pacientemente los aguardan los juzgados de los cuatro puntos cardinales de la patria.
Como fieras rabiosas mordisquean y atropellan por doquier, en una desesperada búsqueda de la impunidad, esa que el pueblo que trabaja decentemente, al margen de corruptelas, prebendas o subsidios, de ahora en más les negará.
Resuena en nuestros oídos el sabio apotegma de Perón:
Dentro
de la ley todo. Fuera de la ley nada.
Debemos
ser esclavos de ella si queremos ser libres