Afirma
el diccionario de la Real Academia Española que un patriotero es aquel que
alardea excesiva e inoportunamente de patriotismo.
En
esta década padecida por todos los ciudadanos que trabajan honradamente, que no han vivido del subsidio, de la
prebenda, de la corrupción y de todos los excesos K, esos mismos ciudadanos que
no pueden acostumbrarse a la perorata oficial que promueve el olvido unilateral
de la bestialidad asesina de la subversión montonera, hoy enquistada en el seno
de un gobierno al que le prestan soporte ideológico para la siniestra distorsión
histórica que pergeñan estos nuevos salvadores de la patria. Es preciso ejercitar
la memoria y recordar sus crímenes apareados a la furia asesina de los
militares golpistas.
Hay
otra militancia, silenciosa, conformada por quienes asimilaron el mensaje del
último Perón, el mensaje que sostenía que para
un argentino no hay nada mejor que otro argentino. Una militancia que no respira
el humo venenoso del kirchnerismo y que trabaja dentro del marco republicano,
haciendo confluir las voluntades necesarias para que una montaña de sufragios
le marque a estos cafres de la politiquería el camino sin retorno de un ciclo
perimido.
Denunciamos
con repugnancia el burdo patrioterismo de ornato del gobierno K, útil para la
engañifa de los sectores más ingenuos de la sociedad, sea por orfandad
educativa o por cualquier otra razón que nuble el entendimiento.
Pero
no los confundimos con ese otro sector minoritario de la sociedad argentina, los
profetas del odio, que adhieren y participan de estos malabares seudo progresistas,
los así llamados dueños del modelo,
esos que atraviesan la política para satisfacer fines inconfesables, para teñir
de corrupción los mandatos y para vociferar contra enemigos imaginarios que
moran ya en las corporaciones ya en los imperios. Son la cohorte mercenaria de
aplaudidores que aceptan a pie juntillas los disparates presidenciales.
No
es novedosa la utilización falluta del ideario patriótico. Los demagogos han abusado
de él para mejor ocultar las sórdidas maniobras que tanto daño le hacen a una
sociedad.
Ya
lo denunciaba Alberdi en 1872 con claridad meridiana:
“Hay un
patriotismo teatral, un civismo escénico, que se manifiesta y prueba con
discursos, proclamas, decretos, escritos, palabras sonoras y retumbantes. Es el
patriotismo industrial, naturalmente, de reclamo, de cartel, de pregón, que
sirve para ofrecer y vender su servicio-mercancía al público de papamoscas. En
lenguaje trivial y vulgar se llama patriotismo de parada, es decir, de mera
ostentación: color de patriotismo, mentira de patriotismo”.