El
término violencia está generalmente asociado al daño y a la fuerza que se
implementa para herir o infligir perjuicio y menoscabo al prójimo, sea ese
menoscabo de orden físico o psíquico. Los romanos llamaban vis, vires a ese vigor que permite que la voluntad de uno se
imponga sobre la de otro.
Con
frecuencia se hace un uso extensivo de esa palabra para nombrar fenómenos bien
diferentes y en particular a todo choque, tensión, relación de fuerza,
imposición o jerarquía, lo que es decir un poco cualquier cosa.Resulta útil precisar el significado que en cada caso se le atribuye. En un sentido estricto, personal si se quiere, la única violencia medible, evidente e incontestable es la violencia física, aquella que resulta en un ataque directo, corporal contra las personas. Dicho de otro modo, es la rudeza brutal en detrimento de otro.
Cuando la violencia se aplica en términos políticos o sociales es conveniente distinguir la violencia ilegal de aquella otra que se suscita en la dimensión del Estado y que se define como la potestad que éste adquiere para ejercer legítimamente el uso de la fuerza que le ha sido conferida. Es decir la fuerza (Vis magna) que actúa dentro de la ley para proteger los valores que una sociedad democrática determina.
La violencia ilegal se manifiesta en las actitudes criminales individuales o colectivas cuya característica principal es el riesgo que le hacen correr a la víctima, y entonces es la vida, la salud, la integridad moral o la libertad la que se pone en juego. Cuando la violencia proviene de la esfera política la violencia hunde sus raíces en la cultura y afecta a la sociedad de tal manera, que limita sus potencialidades presentes y futuras.
Una de las tantas violencias que propicia la política es la corrupción pública, que resulta doblemente abominable por tratarse de una violencia solapada, ejercida en las sombras por aquellos a quienes el pueblo les ha confiado la administración del bien común.
En la así denominada Década Ganada advertimos la desmesura de esa violencia inasible, infligida sobre todo un pueblo por quienes han discurrido su vida en los cargos públicos enriqueciéndose con ellos.
Cada peso sustraído del erario común tiene su correlato de miseria, exclusión, sufrimiento y muerte en el conjunto social, en particular dentro de los sectores más vulnerables y desamparados.
Aún en su ocaso, los Salvadores de la Patria se llenan la boca condenando, como todos lo hacemos, el trillado oprobio de la violencia de la sangre y omiten con hipocresía la violencia estructural de los diezmos que emanan del pérfido accionar de su gobierno, extraño a todo fin lícito.