Si
uno tuviera al alcance de la mano algún oráculo para bucear en la historia que
se escribirá en el futuro, digamos en 20 o 30 años, no nos sorprendería que los
tres sustantivos que titulan esta nota: Hipocresía,
Charlatanería y Corrupción, sean los que mejor definirán la década
estropeada por la administración Kirchnerista.
La
hipocresía emergerá al comparar serenamente el nefasto accionar del régimen y el
mentiroso relato con que lo comentaban, tanto desde las primeras magistraturas
como de los ministerios y las legislaturas indignamente subordinadas. Ellos que venían a terminar con la pobreza, la acabaron ocultando, hipócritamente, tras una cortina de fallutas estadísticas, las mismas con que además escamoteaban la verdadera inflación, la indigencia y el desempleo. Quienes se decían los adalides de una revolución integral, resultaron ser los que manipularon las instituciones de la república y los poderes del estado para mejor servir a sus fines inconfesables.
Aquellos que se pensaban como una vanguardia de iluminados, incurrieron en el charlatanismo al abusar de la cadena nacional y los medios de difusión cooptados maliciosamente, prodigando recursos desviados de las arcas públicas, para ocultar sus trapacerías, propalar sus tilinguerías y masificar la mediocridad de sus análisis y diagnósticos.
Y por último será la corrupción, emanada desde una sistemática estrategia de agigantar el estado a la par que lo cretinizaron para mejor dilapidar sus caudales en turbias politiquerías, que salvo raras excepciones, no modificaron el atraso, la ignorancia, la miseria y el malestar del pueblo argentino. Esa misma corrupción saldrá a la luz y pondrá un negro tilde a toda esta farsa sistemática.
Los K. fueron consecuentes y funcionales a la mafia que conformaron. Terminaran calificados por la historia como una secta de advenedizos que usaron la función pública como vil herramienta de enriquecimiento espurio, que los elevó desde oscuros profesionales de tercer orden a prósperos dirigentes, dueños de fortunas fabulosas.
No es novedosa la conclusión inevitable: Los gobiernos desastrosos emanan de electores no menos desastrosos e irresponsables.
La antigua fórmula romana de panem et circenses aún resulta útil en estas tierras y en estos tiempos. No por remanida pierde su eficacia tendiente a favorecer a unos pocos y mantener tranquilos a los muchos, ocultando hechos infames.
Así
lo denunciaba Juvenal en sus sátiras hace dos mil años:
…
Hace ya mucho tiempo, de cuando no vendíamos nuestro voto a ningún hombre,
hemos
abandonado nuestros deberes. La gente que alguna vez llevó a cabo el comando
militar, la alta oficina civil, las legiones y todo lo demás, ahora se limita a
sí misma y ansiosamente espera por sólo dos cosas: pan y circo