Que los viajes ensanchan el espíritu no es objeto de discusión para nadie. Nuevos paisajes, extrañas culturas, incomprensibles idiomas y comportamientos sociales no dejan de asombrar al viajero, muchas veces satisfecho con tales aportes exóticos.
Países ricos o pobres, todos tienen algo que logra excitar la curiosidad del caminante, que pocas veces logra, por acción u omisión, penetrar la capa de la realidad circundante para adentrarse en las causas profundas que la sostiene.
Rastrear en la historia de los pueblos es una fuente inagotable de sabiduría y también de escepticismo. Grandes logros actuales están asentados en enormes injusticias e ignominias que por lo general quedan ocultas tras visiones más pedestres y alegres.
Así cuando los pasajeros de alguna aerolínea sobrevuelan los Estados Unidos, ansiosos de llegar a su destino, advierten la enormidad de su territorio, más grande aún que toda la Europa occidental.
Si por un casual, el punto final del viaje es la bella ciudad de San Francisco, con su azul bahía bañada por las aguas del Océano Pacífico, el puerto de los pescadores con su atmosfera brumosa, la misma que envuelve los anaranjados hierros del puente Golden Gate y las colinas, pocos son los que imaginan que apoyan sus pies sobre una tierra cuya historia estremecería al más pintado.
Cuando a mediados del siglo XIX los EE.UU. padecían el pico más alto de su fiebre de expansionismo territorial, clavaron las garras en el país de los mexicanos. Comenzaron por anexionar Texas y luego declararon una guerra injusta, en palabras de Ulises Grant, la cual les permitió obtener el codiciado botín.
El tratado de Cahuenga, firmado el 13 de enero de 1847 en Los Ángeles, finalizó las disputas en California. El nuevo gobierno encabezado por Manuel de la Peña y Peña inició las negociaciones de paz con los Estados Unidos que culminaron con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo, firmado en la villa homónima el 2 de febrero de 1848. El tratado fue redactado en su totalidad por Estados Unidos y otorgó a este país el control sobre Texas, el territorio en disputa entre México y Texas que comprendía toda la tierra al norte del Río Bravo y los territorios conocidos como Alta California y Santa Fe de Nuevo México, apropiándose de lo que hoy son los Estados de Arizona, California, Nevada, Utah, Nuevo México y partes de Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma (lo que se conoce como Cesión Mexicana). Para México significó la pérdida de más de 800.000 millas cuadradas (más de 2.100.000 km²) de tierra, lo cual equivale a decir más del 55% de su territorio.
Y como si la tierra fuera poco, su voracidad también los lanzó al mar.
Hacia el occidente las islas del Mar Caribe fueron objeto de su rapiña. Hacia el oriente, los amables archipiélagos polinesios.
Si deseamos sobrevolar el océano durante 5 horas y llegamos a Honolulu, bella ciudad, capital del 50ª estado de USA desde 1959, nos asombra el azul de su mar, las lagunas de coral y las serranías de frondosa vegetación.
Pero hay algo más en ese paradisíaco ambiente, que se oculta en la nebulosa del tiempo. Hacia finales del siglo XIX era un apacible reino de costumbres simples. El hula y el surf entretenían a esos pueblos sencillos entibiados por el Trópico de Cáncer.
Pero tan vastas tierras aptas para el cultivo de la caña de azúcar, el arroz y la piña azuzaron la avidez de los ricos comerciantes ingleses y norteamericanos. La pulseada fue ganada por estos últimos. Primero le impusieron al rey Kalakaua (el mismo cuyo nombre hoy señala una de las más bellas avenidas de la isla de Ohahu), una constitución feroz, denominada Bayoneta dada la calidad de sus argumentos. Tras la muerte del monarca en 1891, lo sucedió su hermana, la reina Lili´ukalani, la que fue derrocada prontamente derrocada. En efecto, los marines de la cañonera Boston se hicieron cargo de la situación. En 1894 se creó la República de Hawai y en 1896 se anexó su territorio a los EE.UU. Y aquí no ha pasado nada.
Una vez conocidos estos detalles, apuramos el trago de nuestro whisky en el balcón de l habitación, que mira a la playa de Waikiki, y salimos a caminar por la arena, con un fondo de palmeras, bellos edificios y a los lejos, el Diamond Point, un viejo volcán, algo cansado de contemplar los excesos de la naturaleza humana.
Asi es el mundo que gira y gira