martes, 23 de agosto de 2011

La tragedia de Hamlet, Príncipe de Dinamarca



Si algún propósito existiera en el arte y sus obras, acaso el más  encomiable sería la conmoción que provoca en el sujeto que lo aprecia.
En lo que me concierne, cada vez que presencio una puesta de la obra cumbre de Shakespeare, experimento el milagro repetido de conmoverme hasta las fibras más intimas.
La obra conocida  como Hamlet, escrita alrededor del 1600, ha resistido el paso del tiempo, la manipulación de sus editores, traductores y correctores, largos períodos de olvido y la desidia del propio autor, quien jamás publicó nada de su vasta dramaturgia. Sin embargo, rediviva entre las cenizas de los siglos, allí está la preciosa obra maestra, con su cúmulo de pasiones que irrumpen en la escena y sobrecogen al espectador. Las ambiciones, el poder, el amor, la locura, la muerte violenta y las dudas que surgen de esta rara experiencia habitual, que por convención llamamos vida, se entremezclan en esa alquimia inextricable que la obra destila.
El trazo magistral con que el bardo delinea a sus personajes, Claudio, Polonio, Ofelia, Gertrudis, Laertes y Horacio, todos girando en torno al atormentado príncipe, son una fuente inagotable de desafíos para actores y directores.
La versión 2011 de Juan Gene en el Teatro Alvear, es sencillamente bella Los cortesanos ataviados como si hubiesen escapado de un cuadro de Magritte, la escenografía austera hasta lo sublime, el lenguaje simple, generan en el proscenio un espacio mágico donde el placer del teatro brota generoso.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Bellas Estatuas Ecuestres



Capitano di ventura era el modo de calificar en la Italia de los siglos XIV y XV a los oficiales mercenarios que conducían tropas, pagadas por las ciudades en conflicto. El término proviene de condotta que era la denominación de las tropas mercenarias.
Eran estos hombres eficientes en todas las especialidades militares de la época.
A veces para llevar adelante una guerra, el capitán que  tenía su propia compañía, debía contratar a otras compañías menores. Así el primer capitán  firmaba otra condotta de modo tal  que era un contrato, verbal o escrito, que se extendía a todo el ejército condotiero.
Tuvieron su edad de oro durante dos siglos, pero hacia el 1550 estas fuerzas eran consideradas obsoletas ante las novedosas técnicas de la artillería.
Hubo dos famosos capitanes de los que el arte guarda memoria.

Erasmo de Narni (1370-1443) alias Gattamelata, acaso por el nombre de su madre Malania Gatteli, era hombre de humilde origen que comenzó la carrera de las armas al servicio de Andrea Fortebraccio, bravo militar conocido como Braccio da Montone.
Estuvo al servicio de Florencia, Venecia y el Papado en las guerras contra los Visconti de Milán.
A su muerte, los deudos encargaron a Donato di Niccolò di Betto Bardi (Donatello), el más renombrado de los escultores florentinos, la realización de una estatua que en su memoria debía erigirse en la Plaza de Padua.
Donatello concibió el monumento ecuestre a Gattamelata como un cenotafio, coronado con una escultura ecuestre, en bronce, donde jinete y caballo a pesar de la marcha están imbuidos de una gran serenidad, glorificando al personaje militar que conduce sin violencia pero con autoridad. Es el retrato de un hombre de edad madura, que avanza hacia la victoria en la plenitud de su inteligencia. Toda la maestría del escultor inmortaliza al hombre de armas.
Es la primera estatua ecuestre del mundo moderno, inspirada en el bronce romano de Marco Aurelio.

Bartolomeo Colleoni (1395-1475) Oriundo de Lombardía, pertenecía a una familia acomodada de la nobleza urbana. A los 15 años fue escudero de Filippo Arcelli, señor de Piacenza y a su lado sostuvo los primeros combates. Luego estuvo a las órdenes de Braccio da Montone y Jacopo Caldora. En 1429 pasó al servicio de Venecia, a las órdenes de Carmagnola. Luego sirvió a Gonzaga, marqués de Mantúa y a Gattamelata.
Fiel a la moral mercenaria, sirvió indistintamente a Milán y a Venecia. Las victorias de Bosco Marengo y la Riccardina le dieron larga fama.
Bartolomeo Colleoni d´Andegavia, como le gustaba ser llamado, murió en su Castillo de Malpaga el 2 de noviembre de 1475.
Tres años más tarde, Andrea di Michele di Francesco de' Cioni, apodado el Verrochio, pintor y escultor de renombre, maestro de Leonardo da Vinci entre otros artistas del renacimiento, recibió el encargo de la que sería su obra más famosa: La estatua ecuestre de Colleoni. Desafiaba a su genio la  gloriosa sombra del bronce de Donatello, erigido tres décadas antes a unos pocos kilómetros de distancia.
Verrocchio puso en esta obra todo su talento artístico. La muerte lo atrapó casi al finalizarla, años después. Alejandro Leopardo fue el encargado de fundirla, darle los toques finales y de diseñar el pedestal de aquella estatua, sin rival hasta nuestros días. Representa a Colleoni cabalgando con aspecto arrogante, orgulloso de su fuerza como hombre, altivo de su talento como general y con el gesto de dirigir sus huestes al ataque. Su cabeza hacia un lado, la del corcel hacia el  otro, en actitud de moverse con paso firme y pesado, pero seguro y fuerte, tal como se vería en el campo de batalla. El lugar elegido para la obra fue la plaza de San Giovanni e Paolo, donde se encuentra la Scuola de San Marco.
El arte, en ambos casos, fue tributario del coraje. Nada más bello habría podido obtenerse como resultado.