Evocación de un payador
Nació en Buenos Aires, en una humilde cuna de San Telmo, barrio de negros como pocos, en el año 1858. Sus ancestros habían llegado como esclavos al Río de la Plata y adoptaron el apellido de la familia a la que sirvieron. Los Ezeiza.
Quedó huérfano a muy corta edad y parece que por su afición a las payadas, un pulpero cantor, pardo del bajo fondo, le acercó la primera guitarra.
Habrá visto que tenía el don de la rima, la ideación súbita y la intuición musical, y no tuvo yerro en el juicio, pues pronto aquel negro inspirado comenzó a labrarse la reputación de buen cantor.
No carecía de afición por las cosas del intelecto y de la política. Fue a su manera poeta y hombre de Leandro Alem. Participó en revueltas por el poder y siempre puso su musa al servicio de sus ideas.
Y si a luchar se nos llama,
Sepa la patria gloriosa
Que la sangre generosa
Por la patria se derrama!
Alguna vez el juego le fue propicio y con lo ganado se compró un circo. Lo llamó el Pabellón Argentino, según parece. Trashumó con él por todos lados y un buen día, por cuestiones oscuras, se lo quemaron. Corría el año 1893.
Participó en memorables payadas en su tierra argentina y en la Banda Oriental. Casi siempre salió victorioso, aunque supo de alguna derrota en los pagos de Areco, vencido por un tal García.
Otra vez, en Rauch, lo desafió un musiquero atrevido, crédito de La Pampa, quien le dijo que “Santillán a ningún negro respeta”. El contrapunto se llevó a cabo en la pulpería El Indio, y versaba sobre un tema singular: ¿Cómo se corta la carne sin cortar el cuero? Pese a lo arduo del asunto y a la bravata de Santillán, resultó triunfante Ezeiza.
El viejo arte de la copla improvisada, que se acompañaba con la guitarra al ritmo de la cifra o el estilo, del triste, como también se decía, fue innovado por Gabino, quien lo cantó al ritmo de la milonga campera, por ser ritmo de raíces morenas.
Se casó con una descendiente del caudillo riojano Peñaloza y tuvieron muchos hijos. Es sabido que el arte, en términos generales, ensancha el espíritu y angosta el bolsillo. El payador vivió pobremente y con arduas penurias alimentaba a su prole numerosa, con la que vivía por el lado de Flores, en la calle Azul.
Dos centavos y un cigarro
constituye mi riqueza,
un candelero, una mesa,
una silla y un colchón.
Algo cansado por el paso de los años, su trisa de alondra ya no se oía por doquier. Se había circunscrito a los límites de la ciudad y deleitaba a débiles y poderosos con el estro de su ingenio. Se supo de él en el Café de los Angelitos, de Rivadavia y Rincón, y allí habrá intuido que había que abrirle paso a ese francesito simpaticón, que cantaba tangos, esa novedosa diablura musical que ocuparía el centro de la escena de la música popular, en ambas orillas del Plata.
Se murió en el año 1916, el mismo día en que asumía como Presidente de la República Hipólito Irigoyen. ¡Pobre negro! Exclamó el caudillo cuando supo la noticia.