Hay tres clases de mentiras:
La mentira, la maldita mentira y las estadísticas.
Mark Twain
Basado en una novela de Beatriz Guido, Leopoldo Torre Nilsson filmó en 1960 su célebre película, Fin de Fiesta. Su argumento central transcurre en los años 30, durante la denominada década infame: El nieto de un caudillo político conservador de la Provincia de Buenos Aires se meterá en los asuntos de su abuelo y descubrirá un mundo de corrupción.
Cualquier similitud del pasado y el presente es pura coincidencia.
Pero la mentira populista de prosperidad para todos, fundada en el saqueo de las arcas del estado, operado desde la maquinaria del poder político y las finanzas, en el así denominado capitalismo de amigos, en sintonía con la nefasta cultura del progreso sin trabajo, alentada por los subsidios indiscriminados, cuyo propósito inconfesable no ha sido otro que el de aumentar el clientelismo electoral, ha sido una matriz de corrupción constante en los últimos años.
He allí la diferencia abismal entre un régimen populista y otro popular, ya que lo popular resulta de ayudar al pueblo de forma definitiva, enseñándole a pescar y no regalándole el pescado.
El argentino, pueblo por naturaleza propenso a imitar al avestruz, suele agachar la cabeza, máxime cuando alguna prebenda está en juego. Así hemos visto, quienes mucho hemos vivido, como sectores mayoritarios han votado y alabado a políticos abominables, a los que luego escarnecieron. El deterioro y el daño que ello ocasionó en el tejido social y económico son inefables. Así, la miseria, la desocupación, la inseguridad, la ilusión de prosperidad emanada del consumo banal, supletorio del ahorro, base de la verdadera prosperidad, emergen y nos señalan, mal que nos pese, que la fiesta ha concluido.
En psiquiatría se denomina esquizofrenia a un grupo de enfermedades mentales que se caracterizan por una disociación específica de las funciones psíquicas, un desdoblamiento de la personalidad y las alucinaciones.
Bien dicen que la política es una sórdida lucha de intereses, disfrazada de cristalina lucha de principios.
Se advierte en gran parte de la dirigencia y en multitud de ciudadanos, cierta actitud ambivalente. Los unos mienten y se enriquecen y los otros votan pensando en la satisfacción efímera del presente, sacrificando el futuro de todos. Y así de a poco, nos vamos quedando sin país y sin porvenir.
Semejante desatino se edulcora con el relato oficial, según el cual los que mandan se desvelan pensando en el bien común, en la patria y en los eufemismos con que adornan una realidad ominosa. Para subrayar ese fraude no faltan los oportunistas de siempre que sobreactúan la farsa desde pretendidos revisionismos históricos con forma de instituto.
Las sociedades como el pescado se pudren por la cabeza. Por ello, hasta que no surja una clase dirigente patriótica, incorrupta y visionaria, los argentinos, como dicen los jóvenes: Estamos en el horno.