miércoles, 13 de noviembre de 2013

LAS DIDASCALIAS DEL POPULISMO

 
Las didascalias del populismo
 



 
En la antigua Grecia y particularmente en su teatro, las didascalias eran aquellas enseñanzas que el  dramaturgo les impartía a sus actores.
En la farsa del populismo, esa fantasía política consistente en representar una  falluta prosperidad que es mero pan para hoy y hambre para mañana, las didascalias abundan. Una de ellas propone regalar pescados en  vez de cañas de pescar. La imaginaria maravilla de una felicidad para todas y todos, pero sin esfuerzo. Al diablo con aquello de que cada argentino debe producir al menos lo que consume.
Los subsidios llegaron para quedarse. ¿O no?
El Arconte epónimo, o mandamás populista, con tal de adelantar su revolución ilusoria, abusa de los decretos de necesidad y urgencia, de la discrecionalidad en las cuentas públicas y del clientelismo político, derivado de una ingeniería perversa de la pobreza, para perpetuarse en infinitas reelecciones y así terminar lo que falta.
Siempre falta tiempo para llegar al paraíso.
Como accede al  poder por medios democráticos  pero lo ejerce con autoritarismo, proclama fines altruistas que embozan otros fines, casi siempre inconfesables, a los que subordina tanto los poderes del estado, como la economía, las leyes y los consensos sociales.
La mayoría de los argentinos nos vamos dando cuenta de lo nefasto de estos modelos, todavía cantados en los ditirambos de los artistas militantes,  bien rentados, por supuesto.
Como se dice, vamos aprendiendo. O deberíamos hacerlo.
Lo que en tiempos del finado K, alias El Ávido, comenzó siendo una comedia, en tiempos de su viuda CFK, alias La Relatora, derivó en una tragedia, de la cual somos atentos espectadores de su principio.
Allí están como en un Dramatis personae la lista de sus actores y calamidades:
Moreno, alias el Cuco.
Alperovich, alias Despegar.com
Lorenzino: alias Me quiero ir.
Boudou, alias Manos Brujas.
Timerman, alias Talleyrand… y tantos otros.
El déficit fiscal desmesurado,  el  gasto público tan solo sustentable por las exacciones al Anses  y su futuro correlato ominoso en los jubilados y al Banco Central, con la consiguiente merma en las reservas. Gasto criticable tanto en la asignación de las prioridades como en sus enormes bolsones de corrupción.
Ese enorme agujero fiscal de 17.000 millones de dólares al año, disparó una inflación de las más altas del mundo y llevó al ahorrista, grande o pequeño, hacia el siempre seguro refugio del dólar.
Pocas veces en su historia, la Argentina ganó tanto dinero con sus exportaciones como en estos diez años. Nunca un gobierno aplicó una presión tributaria tan grande y jamás se han advertido tan pocos resultados perdurables.
Solo perduran los trenes que matan, las rutas deterioradas, los puertos obsoletos, las vías navegables truncas, la desinversión, el desempleo, la inseguridad creciente, los narcotraficantes poderosos e impunes junto a la sospecha de una complicidad política y una economía, que de aquí en más, será un campo minado para futuros gobiernos.
En suma, la década ganada es puro humo y falsía.
La argentina decae sin cesar a lo largo de un siglo, también caen las máscaras de los farsantes en tanto nosotros vivimos repitiendo errores.
Qué lindo sería descreer de los populismos y volver a creer en la armonía social, en el trabajo honrado y en el respeto a las leyes como único camino hacia la grandeza de la patria y la felicidad del pueblo.