En la veranda de una casa de reposo, frente al mar. Se oye el sonido de las olas. Un hombre en silla de ruedas, con un yeso en la pierna derecha y vendajes en la cabeza, habla a público, como si fuera otro internado en esa institución.
Ella tampoco hizo nada para reparar las cosas. Acaso porque entrevió la magnitud del ajuste que se venía con la Realpoltik que diseñé: Yo aspiraba a una pareja en el sentido etimológico del término latino: Par-paris, verbigracia: Iguales.
Dicho de otro modo, basta de viajes al exterior y salidas caras a cargo del que suscribe. Ese proyecto de fifty-fifty fue el principio del fin, porque es sabido que las mujeres son más proclives a soportar la miseria espiritual que la material.
Es fútil la idea romántica del que muere por el desapego de otro. Siempre afirmé que el amor es una enfermedad benigna. Fuego helado que hace pasar las de Caín, pero que rara vez lleva a la tumba. Ese es el misterio.
Lo inescrutable son los caprichos del hado.
Resulta inconcebible que esa decadente climatérica enganchara un feligrés que la financie.
Créamelo, se levantó un fulano lleno de guita. ¡Y ni le cuento el auto importado descapotable que tiene!
Estaba escrito que este viaje ocultaba mi perdición.
Vea lo que es el destino…Yo cruzaba la avenida costanera, manso, en ojotas y malla rumbo a la playa en el preciso momento en que ellos pasaban a bordo del convertible. Me quedé estupefacto mirándolos. Ahí nomás una moto que venía a todo lo que daba me pasó por arriba. La saqué barata. Conmoción cerebral, fractura de fémur, costillas fisuradas y luxación de clavícula. Noventa días de yeso y una convicción absoluta: El amor no mata, pero el daño colateral que ocasiona puede ser ominoso.