nunca antes habían sido escritos o revelados.
Manes (Kephalaia, c. 154).
Maniqueísmo es el nombre por el cual se conoce a la religión fundada por el sabio persa Manes en el siglo III, quien creía ser el último de los profetas enviados por Dios a la humanidad.
Los maniqueos eran dualistas, es decir, creían que había una eterna lucha entre dos principios opuestos e irreductibles, el Bien y el Mal, que eran asociados a la Luz y a las Tinieblas.
En la práctica, negaban la responsabilidad humana por los males cometidos, al creer que no son producto de la libre voluntad, sino del dominio del mal sobre nuestra vida. El maniqueísmo se concebía, desde sus orígenes, como la fe definitiva que invalidaba a todas las demás.
Agustín, luego de ser designado obispo de Hipona, sostuvo tres grandes controversias.
Contra los donatistas, quienes afirmaban que la iglesia católica había dejado de ser la iglesia de Cristo.
Contra los pelagianos, que sobrestimaban el poder de la voluntad humana, con omisión de la gracia para la salvación.
Por último, la controversia referida a la naturaleza del mal contra los maniqueos, a partir de la cual elaboró su doctrina liber arbitrio.
Según Agustín, los hombres tienen la capacidad de obrar mal o bien gracias al libre albedrío, al contrario del dualismo maniqueo, que afirmaba que el interior del hombre era un campo de batalla para los principios cósmicos del bien y del mal, entreverados en lucha perpetua y de cuyo resultado dependía el obrar del hombre.
Esos problemas, que la filosofía resolvió hace siglos, en Argentina (país cuyo rasgo más notorio es la capacidad de sus dirigentes para reinventar lo ya inventado y empezar todo de nuevo) siguen vigentes. La anacrónica doctrina de los maniqueos fue exhumada por el último metabolito del proceso político nacional, el Kirchnerismo, y ejercida por sus adalides a lo largo del territorio.
Este producto político imaginario y su nefasto modelo real, al cabo de 8 años de praxis han llegado al punto de ebullición, pero pretenden continuarlo por un nuevo período presidencial y acaso lo consigan, si la masa de votantes, en uso de su liber arbitrio, lo permite.
En tal caso, continuará este relato histórico aberrante en el cual sus guionistas, siguiendo a pie juntillas la doctrina de Manes, dividen a los actores sociales en Los Buenos, es decir los Kirchneristas, disfrazados de revolucionarios setentistas y agrupados en una comparsa de mercenarios de variado linaje (camaleones, arribistas, militantes de la Cámpora y otras especies menores) cuyo denominador común es la corrupción y el revisionismo histórico falluto, enfrentados en lucha heroica con Los Malos, es decir los sectores productivos de la sociedad, las malditas corporaciones y la ciudadanía silenciosa que cree en una comunidad organizada, con orden y con progreso real, en lugar del así denominado progresismo, que consiste en repudiar las normas de convivencia, en fomentar falsas antinomias y en vaciar las arcas del estado en beneficio de un puñado de inescrupulosos clones de Schoklender y Bonafini, que se regodean haciendo de las suyas.
Y como telón de fondo, el cambalache de siempre: La miseria, la desocupación, la prepotencia, la inflación, la educación defectuosa, la inseguridad, la droga, el presupuesto arbitrario, los subsidios irracionales y la fantasía de que con ellos (Los K) en el gobierno, seguimos siendo el mejor país del mundo.
Y que siga el corso, con los ojos en la nuca...