domingo, 26 de febrero de 2012


Fábulas y Moralejas


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El  29 de abril de 2008, la presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner firmó el contrato del proyecto del tren de alta velocidad que empleará tecnología francesa (Alstom). La obra demandará un plazo de ejecución de 4 años y un coste aproximado de 4.000 millones de dólares (incluyendo la financiación). Asimismo significará dotar a la Argentina de trenes capaces de alcanzar velocidades máximas de 320 km/h en un recorrido total de 710 km. Será el primer sistema de alta velocidad de América.

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Hubo un país en el cual la mayoría de sus habitantes vivían despreocupados de la realidad circundante, apenas distraídos ante los abalorios recién adquiridos. En la abundancia de sus días feriados, paseaban, se dopaban con fútbol para todos, alardeaban con alguna consigna ideológica y hacían caso omiso de la corrupción, del enriquecimiento ilícito y de la ineptitud de sus gobernantes.
Escuchaban adormilados el relato fantasioso que de lo cotidiano les hacían, ensombreciendo una realidad miserable, apenas disimulada por el maquillaje de políticas impuras, esparcidas aquí y allá a modo de subsidios y que dejaban al pasar jugosas coimas, que volaban hacia arriba o abajo.
No tenían ganas de pensar en la abominable educación de sus hijos, que los condenaba a una insuficiente preparación para hacerlos libres y afrontar los desafíos del mañana. Tampoco les quitaba el sueño la salud pública paupérrima, que no acertaba en evitar muertes ni sufrimientos evitables, o la justicia envilecida, agudamente atravesada por los bichos grandes que no por los más chicos, o las políticas económicas que no advendrían en tiempos felices.
A veces salían de su letargo por alguna noticia trágica, que los conmovía por un instante brevísimo, para luego regresar a su sueño vitalicio. Ejercían una asombrosa filosofía que los llevaba a preferir la excusa a la crítica, la farsa y la astracanada a la reflexión moral. Vivían un eterno carnaval. En sus altares les rezaban a algunos muertos más que a otros. Desconsideraban a aquellos que perdían la vida en las calles, en las rutas o en los rieles, sin alcanzar la categoría de quienes a hierro mataron y murieron al margen de la ley: Viles asesinos disfrazados de próceres.
La historia ha olvidado para siempre el nombre y la geografía de aquel pueblo indolente, aunque es probable que algún día lejano se recupere su memoria y ella sirva de lección y escarmiento a las generaciones por venir.