miércoles, 17 de julio de 2013


Cuando la corrupción  y la estulticia


son políticas de estado


 



 

El escritor John Steinbeck en su primera novela La Taza de oro, refiere que Carlos II, rey de Inglaterra, luego de conocer al pirata Henry Morgan, ennoblecido por su asalto a la fortaleza de Panamá, llamada La Taza de oro por las riquezas que resguardaba, se sorprendió por su imbecilidad. Le preguntó a su ministro ¿Cómo es posible que un hombre capaz de tomar por asalto la Taza de Oro, pueda ser tan estúpido? A lo que su ministro le respondió: Si no lo fuera jamás se le habría ocurrido tomar la Taza de Oro.
Este diálogo urdido por Steinbeck podría trasladarse a muchas escenas de la vida argentina. Hasta lo podríamos denominar, al aplicarlo, el test de Steinbeck.
¿Cómo pueden ser tan estúpidos un presidente, sus ministros, sus legisladores y hasta una parte de la sociedad?
Si no lo fueran jamás harían lo que hacen.
Así deberíamos considerar primero y castigar después, tantos hechos de mala praxis política y de corrupción inconmensurable, hechos que determinan el atraso del país y la miseria y la muerte de legiones de compatriotas.
El ascenso de un general del Ejército a la máxima jerarquía castrense, sospechado de ser portador de un pasado oscuro, casi tan oscuro como el origen de sus bienes personales, incompatibles con los ingresos decentes de un militar de su rango, se parangona con el finado por demás alabado, que alcanzara la primera magistratura de la república y que al morir, dejara tras de sí una inmensa fortuna de execrable origen, hoy usufructuada por sus herederos, sin omitir por ello a su esposa, quien atribuyera su magnífico patrimonio al corolario de una carrera como abogada exitosa.
Estos fariseos disfrazados de progresistas borran con el codo lo que escriben con la mano y son buenos ejemplos para formular la perspicaz pregunta: ¿Cómo pueden ser tan estúpidos? Sencillamente porque si no lo fueran no podrían hacer lo que hacen.
Jaime, el prófugo secretario de Transporte con sus horridos trenes de la muerte, Lázaro Báez y sus bolsos de dinero, la nefasta política energética y el pacto secreto entre YPF y Chevron, las alianzas tenebrosas con Irán o Venezuela, los subsidios que pagan los jubilados con su hambre y no el tesoro nacional, al parecer de exclusivo uso oficial para financiar el dolo perpetuo o los derechos humanos proclamados en cada discurso y avasallados en cada asalto, en cada entradera o en cada piquete que sufre la sociedad sin seguridad alguna, son unos pocos y penosos ejemplos de un país y una sociedad, que esporádica o permanentemente, ha aceptado la estulticia y la corrupción como políticas de estado.