martes, 28 de enero de 2014

RÉQUIEM POR LA REVOLUCIÓN IMAGINARIA


Temblando estoy y temo,
                                                                  mientras llega el juicio y la ira venidera.
                                    Libera me

 
La República Argentina no es el antiguo Tíbet ni está gobernada por monjes budistas en perpetua búsqueda de iluminación y de conexión universal con sus seres espirituales.
Diríamos que es precisamente todo lo contrario. Está gobernada desde hace una década por una casta de funcionarios y aplaudidores devenidos multimillonarios, por caso la presidente y su difunto marido (QEPD) y si se permite ampliar brevemente la lista, mencionaríamos al pasar a Boudou, a De Vido, a Bonafini, a Schoklender y a tantos discípulos instalados en todos los estamentos del estado, donde prodigan ineptitudes y corruptelas, rodeados por los beneficiarios de los dos millones de cargos públicos improductivos incorporados a la nomenklatura oficial desde 2005.
Eso sí: Todos subsidiados en nombre de la famosa epopeya contra el desempleo y por la distribución del ingreso.
Y lentamente nos fuimos deslizando por el tobogán de la decadencia.
Así mientras la ciudadanía asistía a la tragedia de los saqueos en todo el país, la presidenta bailaba en la Plaza de Mayo, sobre un patético escenario sembrado de tamboriles que prendían tapar el clamor de los muertos.
Mientras la mayoría de la sociedad observa indefensa como se licúan sus ahorros y sus esfuerzos laborales en la trituradora de la inflación, siempre negada por el INDEC, la presidenta pasea por La Habana, recibe lecciones libertarias de boca de Fidel (acompañada por el ubicuo Uribarri y el canciller Timmerman, el saltimbanqui que hace pocos años despotricaba contra la tiranía castrista) y culpa por los males del país a los mismos bancos a los que autoriza la venta de dólares para los pobres, siempre y cuando ganen más de $ 7.200 por mes, o sea el 30 % de los trabajadores en blanco.
El modelo nacional y popular hace agua por todos lados, de modo que la orden desde el puente de la nave es concisa: “Hay que lavar culpas y enfatizar las acusaciones a los gorilas, cipayos y neoliberales opositores, poner a buen recaudo lo robado y a rezar para no terminar entre rejas”.
Ya quedan pocos acólitos que defiendan la revolución imaginaria K.
Bien decían en la Rusia Stalinista que quien le cree a un canalla es un ingenuo pero quien lo defiende es un cómplice.
¿Qué responsabilidad le cabe a los ingenuos que con su voto toleraron el latrocinio?
¡La enorme responsabilidad y el remordimiento de haber hipotecado el futuro de sus hijos!
¿Qué responsabilidad le cabe a los cómplices?
El escarnio social y el peso de la ley.
¿Qué ha pasado? ¿No era que ellos venían a acabar con  la pobreza, el atraso y la injusticia? ¿No era que  aquellos que auguraban la devaluación debían esperar a otro gobierno?
El daño ya está hecho. Las pasadas advertencias cayeron en oídos sordos y no podemos salir en busca del tiempo perdido. Enfrentamos una ola de pobreza, escasez y despilfarro, rodeados de recesión e incertidumbre.
Habrá que acostumbrarse a caminar entre lobos y a elegir mejor en el futuro.
Mientras tanto conformémonos con oír el Réquiem por la Revolución imaginaria.

viernes, 24 de enero de 2014

LA IRONÍA TRÁGICA

 

Ya puedes ver el trágico escenario
Y cada cosa en el lugar debido.
La espada y la ceniza para Dido
y la moneda para Belisario
                                     J.L.Borges

Sabemos que la ironía es esa figura del discurso mediante la cual se da a entender lo contrario de lo que se dice. Muy apreciada por Sócrates, era la primera de las fórmulas que utilizaba en su método dialéctico.
La ironía trágica está especialmente presente en los dramas de la Antigua Grecia.
En Edipo Rey, por ejemplo, la ironía se establece a partir de la diferencia entre lo que el público sabe del personaje y lo que el personaje no sabe de sí mismo. Si esa dimensión objetiva del saber se hace necesaria, es porque los personajes del drama se encuentran en una ignorancia tal, que en esta tragedia de Sófocles, el público inicia una impar peripecia emocional: La aventura de Edipo es la aventura del descubrimiento de su propia identidad, y nosotros asistimos a su peripecia con un conocimiento completo de ella —como los mismos dioses que han urdido su destino—.
Otro famoso caso de ironía trágica la plantea Shakespeare en Romeo y Julieta: En la escena que Romeo encuentra a Julieta drogada, él asume que está muerta y entonces se suicida. Al despertar, Julieta ve a su amante muerto y también se mata.
Advertimos en la política argentina un símil de la ficción teatral.
La tragedia argentina se empareja entonces a las grandes tragedias griegas o isabelinas y al igual que ellas, los gobernantes, abusando de la ironía trágica emiten en el escenario de la cadena nacional un discurso falaz, para una audiencia soliviantada que mayoritariamente conoce la verdad, incluidos los ubicuos mercenarios de siempre.
Así mientras la presidenta bailaba en la Plaza de Mayo el país era devastado por los saqueos y las muertes. Todos lo sabíamos.
Así mientras nos dicen que la inflación es ínfima, los precios aumentan un 30% por año. Todos lo padecemos.
Así mientras nos prometen un futuro luminoso, medio país está a oscuras por falta de luz. Todos lo sufrimos.
Así mientras anuncian un subsidio para los jóvenes que ni estudian ni trabajan, nos mienten que logramos el pleno empleo. ¿Quién lo cree?
El país descalabrado, su economía a los tumbos, la educación postergada para las calendas griegas, la violencia, la corrupción y la impunidad infectando el cuerpo social, la pobreza y la decadencia a la vuelta de la esquina. Si adicionamos a todo eso la ineptitud y la inmoralidad de los que mandan, está configurado el trágico escenario argentino.
Quienes gobiernan afirman una cosa y todos los gobernados sabemos la verdad, que es otra y esperando el 2015 murmuramos, como Canio en la opera Pagliacci: ¡La commedia é finita!

jueves, 16 de enero de 2014

PEQUEÑAS DIFERENCIAS ENTRE CONFUCIO Y CONFUSIÓN

 
Saber que se sabe lo que se sabe
y que no se sabe lo que no se sabe;
 he aquí el verdadero saber.
Confucio
 
Confucio (Kung Fu-Tse) fue un pensador chino que vivió en Lu, actual Shantung, China, entre 551 y 479 a. C.
Pertenecía a una familia de la pequeña nobleza, arruinada por las vicisitudes de la política feudal y la fragmentación de China bajo la dinastía Chu. A lo largo de su vida trabajó como maestro y como funcionario del pequeño estado de Lu, en el nordeste de China.
El confucianismo es menos una religión que una ética ya que el venerable sabio apenas mencionó a la divinidad, evitando conjeturar acerca del más allá. El centro de sus preocupaciones fue la moral personal, tanto en lo que concierne a la orientación de las conductas privadas como a las normas del buen gobierno.
Viajaba solo, de un lado a otro, instruyendo a los contados discípulos que se reunían a escucharlo. Su fama como hombre de saber y carácter, con gran respeto hacia las ideas y costumbres tradicionales, pronto se propagó por el principado de Lu, y luego a toda China.
Sus verdades se pueden resumir en los siguientes postulados:
 ·         Amar al pueblo, renovarlo moralmente y procurarle los medios necesarios para la vida cotidiana.
       ·         Cultivar la virtud personal y tender sin cesar a la perfección.
      ·         En la vida privada como en la pública, observar siempre el sendero superior del  “Justo     Medio”.
      ·         Tener en cuenta las dos clases de inclinación propias del hombre: unas proceden de la carne y son peligrosas; las otras pertenecen a la razón y son muy sutiles y fáciles de perder.
      ·         Tener por objeto final la paz universal y la armonía general.
 En otro orden de cosas, el diccionario de la Real Academia Española nos dice que la palabra Confusión proviene del latín: confusĭo, -ōnis y que significa:
1.       f. Acción y efecto de confundir  (Perturbar, desordenar)
 2.    f. Perplejidad, desasosiego, turbación de ánimo.
3.   f. Equivocación, error.
 Estas acepciones bastan y sobran para definir al actual gobierno, considerando sus métodos, sus protagonistas y los resultados obtenidos a lo largo de diez años.
Como no escapa a la fina perspicacia del lector, la moral de esta banda depredadora denominada Kirchnerismo poco o nada tiene que ver con las pautas morales de Confucio.
Afortunadamente, en la actualidad esta secta se ha reducido a su mínima expresión, cualitativa y cuantitativamente hablando. Los ingenuos que alguna vez los votaron se han desayunado de golpe y comprenden tardíamente que irresponsablemente, con su voto, propiciaron la ruina de la economía, el descalabro social de la república  y una  hipoteca sobre el futuro de sus hijos.
Corrupción, violencia, saqueos, mentiras, ineficiencia política y de gestión, inflación, pobreza, narcotráfico liberado, falta de políticas y recursos para la salud pública y la educación, ausencia de justicia, desempleo disfrazado de empleo público improductivo, muerte y desolación en transportes ferroviarios, temor en las calles, cortes de luz con los primeros calores o falta de gas con los primeros fríos son algunos de los trofeos que exhiben quienes hoy gobiernan. La llaman La Década Ganada y proclaman a los cuatro vientos que encarnan una gran revolución imaginaria. Mientras tanto, sigilosamente, llenos de oro, preparan la huida embozados en la anhelada impunidad.
Entre los conspicuos de ese círculo infernal, podemos mencionar a  la legión de izquierdistas a la violeta, esos que por un puesto, un subsidio o una prebenda aplauden a rabiar y sacan patente de progresistas, en tanto que ordeñan la vaca del estado hasta dejarla exhausta. Meros ladrones al estilo de Bonafini y Schocklender o meros adocenados al estilo de los escribas de Carta abierta.
También se suma a esa banda el Montonerismo residual, puñado de forajidos que de asesinos y golpistas, desenmascarados y echados por Perón, pasaron a ser prósperos funcionarios K dispuestos hoy como ayer a quedarse con el santo y la limosna.
Quedan por último los tránsfugas de la política y el sindicalismo, quienes venden su honra por un cargo gubernamental, por una sinecura y el peculado que conlleva.
Pero nada es eterno. Esta pesadilla se acaba y comienzan a conformarse nuevos sueños.
Se acercan tiempos de reflexión. De cara al futuro, el gran desafío de los hombres y mujeres honrados será llegar a impregnar la sociedad con altos valores morales y nuevos estándares políticos que propicien la transformación de los electores en ciudadanos.
Entonces y solo entonces, cuando consideremos la educación y el trabajo como valores supremos, estaremos más cerca de Confucio y más alejados de la Confusión.