Temblando estoy y temo,
mientras llega el juicio y la ira
venidera.
Libera
me
La
República Argentina no es el antiguo Tíbet ni está gobernada por monjes
budistas en perpetua búsqueda de iluminación y de conexión universal con sus
seres espirituales.
Diríamos
que es precisamente todo lo contrario. Está gobernada desde hace una década por
una casta de funcionarios y aplaudidores devenidos multimillonarios, por caso
la presidente y su difunto marido (QEPD) y si se permite ampliar brevemente la
lista, mencionaríamos al pasar a Boudou, a De Vido, a Bonafini, a Schoklender y
a tantos discípulos instalados en todos los estamentos del estado, donde
prodigan ineptitudes y corruptelas, rodeados por los beneficiarios de los dos
millones de cargos públicos improductivos incorporados a la nomenklatura oficial desde 2005.
Eso
sí: Todos subsidiados en nombre de la famosa epopeya contra el desempleo y por
la distribución del ingreso.
Y
lentamente nos fuimos deslizando por el tobogán de la decadencia.
Así
mientras la ciudadanía asistía a la tragedia de los saqueos en todo el país, la
presidenta bailaba en la Plaza de Mayo, sobre un patético escenario sembrado de
tamboriles que prendían tapar el clamor de los muertos.
Mientras
la mayoría de la sociedad observa indefensa como se licúan sus ahorros y sus
esfuerzos laborales en la trituradora de la inflación, siempre negada por el
INDEC, la presidenta pasea por La Habana, recibe lecciones libertarias de boca
de Fidel (acompañada por el ubicuo Uribarri y el canciller Timmerman, el saltimbanqui que hace pocos años
despotricaba contra la tiranía castrista) y culpa por los males del país a los mismos
bancos a los que autoriza la venta de dólares para los pobres, siempre y cuando
ganen más de $ 7.200 por mes, o sea el 30 % de los trabajadores en blanco.
El
modelo nacional y popular hace agua
por todos lados, de modo que la orden desde el puente de la nave es concisa: “Hay que lavar culpas y enfatizar las
acusaciones a los gorilas, cipayos y neoliberales opositores, poner a buen
recaudo lo robado y a rezar para no terminar entre rejas”.
Ya
quedan pocos acólitos que defiendan la revolución imaginaria K.
Bien
decían en la Rusia Stalinista que quien le cree a un canalla es un ingenuo pero
quien lo defiende es un cómplice.
¿Qué
responsabilidad le cabe a los ingenuos que con su voto toleraron el latrocinio?
¡La
enorme responsabilidad y el remordimiento de haber hipotecado el futuro de sus
hijos!
¿Qué
responsabilidad le cabe a los cómplices?
El
escarnio social y el peso de la ley.
¿Qué
ha pasado? ¿No era que ellos venían a acabar con la pobreza, el atraso y la injusticia? ¿No
era que aquellos que auguraban la
devaluación debían esperar a otro gobierno?
El
daño ya está hecho. Las pasadas advertencias cayeron en oídos sordos y no
podemos salir en busca del tiempo perdido. Enfrentamos una ola de pobreza,
escasez y despilfarro, rodeados de recesión e incertidumbre.
Habrá
que acostumbrarse a caminar entre lobos y a elegir mejor en el futuro.
Mientras
tanto conformémonos con oír el Réquiem por la Revolución imaginaria.