Saber que se sabe lo que se sabe
y que no se sabe lo que no se sabe;
he aquí el verdadero saber.
Confucio
Confucio (Kung Fu-Tse) fue un pensador chino que vivió en Lu, actual
Shantung, China, entre 551 y 479 a. C.
Pertenecía
a una familia de la pequeña nobleza, arruinada por las vicisitudes de la política
feudal y la fragmentación de China bajo la dinastía Chu. A
lo largo de su vida trabajó como maestro y como funcionario del pequeño estado
de Lu, en el nordeste de China.
El
confucianismo es menos una religión que una ética ya que el venerable sabio
apenas mencionó a la divinidad, evitando conjeturar acerca del más allá. El
centro de sus preocupaciones fue la moral personal, tanto en lo que concierne a
la orientación de las conductas privadas como a las normas del buen gobierno.
Viajaba
solo, de un lado a otro, instruyendo a los contados discípulos que se reunían a
escucharlo. Su fama como hombre de saber y carácter, con gran respeto hacia las
ideas y costumbres tradicionales, pronto se propagó por el principado de Lu, y
luego a toda China.
Sus
verdades se pueden resumir en los siguientes postulados:
·
Amar al pueblo, renovarlo moralmente y procurarle los medios
necesarios para la vida cotidiana.
·
Cultivar la virtud personal y tender sin cesar a la
perfección.
·
En la vida privada como en la pública, observar siempre el
sendero superior del “Justo Medio”.
·
Tener en cuenta las dos clases de inclinación propias del
hombre: unas proceden de la carne y son peligrosas; las otras pertenecen a la
razón y son muy sutiles y fáciles de perder.
·
Tener por objeto final la paz universal y la armonía general.
1.
f. Acción y efecto de confundir (Perturbar, desordenar)
2. f.
Perplejidad, desasosiego, turbación de ánimo.
3. f.
Equivocación, error.
Como
no escapa a la fina perspicacia del lector, la moral de esta banda depredadora
denominada Kirchnerismo poco o nada
tiene que ver con las pautas morales de Confucio.
Afortunadamente,
en la actualidad esta secta se ha reducido a su mínima expresión, cualitativa y
cuantitativamente hablando. Los ingenuos que alguna vez los votaron se han
desayunado de golpe y comprenden tardíamente que irresponsablemente, con su
voto, propiciaron la ruina de la economía, el descalabro social de la república
y una hipoteca sobre el futuro de sus hijos.
Corrupción,
violencia, saqueos, mentiras, ineficiencia política y de gestión, inflación,
pobreza, narcotráfico liberado, falta de políticas y recursos para la salud
pública y la educación, ausencia de justicia, desempleo disfrazado de empleo
público improductivo, muerte y desolación en transportes ferroviarios, temor en
las calles, cortes de luz con los primeros calores o falta de gas con los
primeros fríos son algunos de los trofeos que exhiben quienes hoy gobiernan. La
llaman La Década Ganada y proclaman a
los cuatro vientos que encarnan una gran revolución imaginaria. Mientras tanto,
sigilosamente, llenos de oro, preparan la huida embozados en la anhelada
impunidad.
Entre
los conspicuos de ese círculo infernal, podemos mencionar a la legión de izquierdistas a la violeta, esos
que por un puesto, un subsidio o una prebenda aplauden a rabiar y sacan patente
de progresistas, en tanto que ordeñan la vaca del estado hasta dejarla
exhausta. Meros ladrones al estilo de Bonafini y Schocklender o meros
adocenados al estilo de los escribas de Carta
abierta.
También
se suma a esa banda el Montonerismo residual, puñado de forajidos que de
asesinos y golpistas, desenmascarados y echados por Perón, pasaron a ser
prósperos funcionarios K dispuestos hoy como ayer a quedarse con el santo y la
limosna.
Quedan
por último los tránsfugas de la política y el sindicalismo, quienes venden su
honra por un cargo gubernamental, por una sinecura y el peculado que conlleva.
Pero
nada es eterno. Esta pesadilla se acaba y comienzan a conformarse nuevos
sueños.
Se
acercan tiempos de reflexión. De cara al futuro, el gran desafío de los hombres
y mujeres honrados será llegar a impregnar la sociedad con altos valores
morales y nuevos estándares políticos que propicien la transformación de los
electores en ciudadanos.
Entonces
y solo entonces, cuando consideremos la educación y el trabajo como valores
supremos, estaremos más cerca de Confucio y más alejados de la Confusión.