La balsa de la Medusa es una obra maestra
del pintor francés Théodore Géricault. La pintura, terminada cuando el artista
tenía menos de 30 años, se convirtió en un ícono del Romanticismo francés.
Ella
representa una escena posterior al naufragio de la fragata de la marina
francesa Méduse, que encalló frente a
la costa de Mauritania el 5 de julio de 1816. Al menos 147 personas quedaron a
la deriva en una balsa construida apresuradamente y todas ellas, excepto 15,
murieron durante los 13 días que tardaron en ser rescatadas. Los supervivientes
debieron soportar el hambre, la deshidratación, el canibalismo y la locura. El
suceso llegó a ser un escándalo internacional, en parte porque sus causas
fueron atribuidas a la incompetencia del capitán francés que actuaba bajo la
autoridad de la reciente y restaurada monarquía francesa.
Según el
crítico Jonathan Miles, la balsa arrastró a los supervivientes hacia las
fronteras de la experiencia humana. Desquiciados, sedientos y hambrientos, asesinaron
a los amotinados, comieron de sus compañeros muertos y mataron a los más
débiles.
Si algún
compatriota razonable observara este óleo en el museo del Louvre, no
sorprendería que la asociara a la imagen final del régimen Kirchnerista.
Náufragos desorientados
por la impericia del mando, envilecidos por el ejercicio de la corrupción y la alienación
autoritaria, tanto CFK y su gabinete de genuflexos como la mano de obra
aplaudidora, desocupada a futuro, boyan
a la deriva en un mar de tribulaciones. Carentes de timón firme, emiten a voces
opiniones a cuál de ellas más desmesuradas o lastimosas. Sus imprecaciones
salpican a medio mundo al que imaginan culpable de sus males, mientras se enlodan
y marchan hacia el ocaso, donde los aguarda el desdoro irrevocable de la
historia y el unánime desprecio de la sociedad productiva y democrática.
Corifeos
de esa tragedia son los liliputienses del Partido Justicialista, principales
enterradores del Peronismo del último Perón, por los consabidos treinta
dineros. Todos ellos ínfimos candidatos al canibalismo electoral y al desdoro
vitalicio.
Nada les importa la muerte Nissman y el desasosiego de toda
una sociedad, atravesada por la inseguridad, la injusticia, la inflación, el
atraso y la incertidumbre. Nada les importa la decadencia centenaria del país
mientras engorden sus billeteras. Nada les importa haber utilizado a los espías
de la SIDE para aniquilar opositores. Aprendices de Himmler recitan su credo: La crueldad impone respeto.
Disfrazados de héroes, hundidos en el fangal de sus fines
inconfesables, gritan y bailan en el patio de las palmeras de la Casa Rosada,
devenida patético símil de la pintura de Gericault, transmitida por cadena
nacional.
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