martes, 24 de abril de 2012

El patrimonio nacional

Cuando las palabras pierden su significado, la gente pierde su libertad.
Confucio
551 - 479 a. C

A menudo sucede que una causa noble es utilizada con fines inconfesables. La experiencia humana es pródiga en ejemplos de esta naturaleza. Pero no siempre la experiencia se atesora en la memoria.
La historia universal en general y la argentina en particular, abundan en ejemplos de engaña pichanga. Sin ir más lejos, la guerra de Malvinas desatada por los militares argentinos, exaltaron el sentimiento popular por aquellos territorios en poder de los ingleses, para oxigenar su dictadura. El denominado Pacto de Olivos, entre Menem y Alfonsin, so pretexto de modernizar la Constitución Nacional, apuntó a lograr la reelección presidencial de uno y asegurarse un tercer senador por la minoría para el otro. En esas pretensiones de consensos populares se inscriben el demagógico default alardeado por el efímero presidente Rodríguez Saà y la actual expropiación del 51% de las acciones de Repsol en YPF por parte de CFK.
¿Que duda cabe?  ¡¡ YPF jamás debió excluirse del patrimonio nacional !!
Ningún patriota de ayer o de hoy lo negaría. Sin embargo, los mismos personajes que ayer propiciaron y lucraron con el remate privatizador de YPF, con su vaciamiento y su derrumbe posterior, hoy proclaman, con grandes palabras, que la expropian parcialmente para la recuperación de la soberanía energética.
Resulta sospechoso que los mismos lobos que ayer devoraron las grandes empresas públicas, hoy sean mansos y fieles perros guardianes de las arcas del estado. Y más sospechoso aún, que quienes hicieron del peculado y la corrupción los basamentos de su carrera política, hoy nos hablen de los derechos inalienables del pueblo argentino. Todo eso tiene un tufillo a demagogia.
El demagogo emociona y conduce a las masas hacia sus propios fines personales. Una vez obtenida una amplia aprobación, apunta no ya a un proceso de democratización o de trasformación del sistema sociopolítico, sino a la instauración de un régimen autoritario e impune que impide la toma de conciencia y el bienestar de las mismas masas que lo apoyan y aplauden.
Se tapan de tal modo realidades nefastas, teñidas de injusticias y negociados.
Quizá algún día los pueblos comprendan que en la política como en el teatro, los aplausos aprobatorios se reservan para el final de la representación y que las emociones, para ser saludables, se deben ordenar en torno a lo que se conoce como inteligencia emocional.