El pincel roto
Hay un opúsculo de Cicerón donde habla de un tratado por el cual los
pobladores de Camertes o Camerinum estaban federados con Roma en igualdad de
derechos y obligaciones, con salvaguarda de sus privilegios.
A esa ciudadela de las Marcas, cercana al río llamado Flusor por los
antiguos, llegué un viernes de mayo, invitado por el Consejo Comunal, para ofrecer
una conferencia sobre la historia del municipio y en particular sobre su
renombrada participación en las guerras civiles de César, cuando fuera ocupado por algunas cohortes de
Pompeyo que le salieron al paso tras su osado cruce del Rubicón. Creo que
realicé una amena disertación, ya que es fama que la información que aburre se
pierde. Luego de este feliz acontecimiento cultural, mis anfitriones ofrecieron
un cocktail para los asistentes y
acto seguido me condujeron a visitar
algunos monumentos y la Biblioteca Valentiniana, pródiga en rollos y códices
medievales. Para mi sorpresa, su director resultó ser Enrico Baroglio, un viejo
compañero de armas. Combatimos juntos durante la campaña de África y hacía
décadas que no veía. Ambos nos sentimos embargados por los viejos recuerdos de
juventud y por tal razón acepté la invitación de hospedarme en su casa y
permanecer el fin de semana en su compañía.Cuando esa noche, tras la cena, le comenté mi afición por el arte americano bajo la dominación virreynal española y muy en particular por la pintura de su paisano, el jesuita Bernardo Bitti, de notoria actividad en Lima durante el último cuarto del siglo XVI, para evangelizar por “medio del arte”. La cita era del Provincial Diego de Bracamonte, en ocasión de recomendarlo al General de los jesuitas.
Cual sería mi sorpresa cuando Bruno dijo:
--“En la Biblioteca Valentiniana existe un viejo cartapacio, recientemente descubierto, que contiene numerosas cartas del célebre pintor y su sobrino Guido enviadas a la familia en Camerino”.
Generosamente lo puso a mi disposición, no sin agregar que la redacción de algunos pasajes era críptica, lo cual no era inusual en tiempos de la contrarreforma, cuya tiránica política era sostenida por el papado con el rigor de la inquisición y la servil obediencia de las órdenes monásticas. Agregó que aquel oscuro estilo epistolar corroboraba el decir de Lope de Vega: "Mucho ay que hablar y que no es para papel"
Con gran curiosidad, al día siguiente bien temprano me dispuse a examinar los amarillentos papeles, pródigos en relatos que Bernardo y su sobrino Guido hacían de la sociedad y la naturaleza de aquella parte del mundo. Del abundante material, tomé nota en particular de tres misivas y de un cuadernillo de Guido Bitti, que me intrigaron primero y me maravillaron después. Paso a describir los aspectos más notables y las conclusiones que de ellos extraje.
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En la primera de las cartas fechada en Lima el 23 de Noviembre de 1610, Bernardo Bitti comunicaba a su hermano Ludovico, la admiración que su obra denominada “Madona del Pajarito” provocaba en los fieles de la Iglesia de San Pablo y consignaba al pasar “(...) la misteriosa llegada en el Galeón San Jerónimo, de un hombre ciego, de unos cuarenta años de edad, portador de secretas credenciales emitidas por B.S. Asistente ad Providentiam del 5º General de la Societas Jesu (SJ) Crnl. C.A.”.
En el párrafo siguiente indicaba que el viajero había sido salvado de la muerte por la intervención de su Eminencia y secretamente confinado en el Perú, donde debería permanecer en clausura hasta el fin de sus días, al cuidado de Bitti y del resto de los hermanos de la Compañía en aquel virreynato. Debía procederse así en consideración al aprecio y la estima por las dotes de pintor excelentísimo que se le profesaba y que, en razón de su mal, ya no ejercía. Lacónico, Bernardo agregó, con un sentimiento más propio del artista que del jesuita “(...) que aquel infortunado hombre era poco más que un pincel roto”.
La segunda epístola, fechada en Lima el 3 de Enero de 1611, era de puño y letra de Guido Bitti. En ella comunicaba a su padre Ludovico la muerte de Bernardo, que había entregado su alma al creador en la primavera de 1610. Sus restos mortales descansaban en paz en la noble tierra americana. En las líneas finales de la misiva afirmaba que su tío, antes de morir, le encomendó el cuidado del pintor ciego M.M. hombre de carácter difícil pero de enorme conocimiento del arte pictórico.
En la tercera carta, fechada en Lima el 12 de Marzo de 1614, Guido Betti le comunica a su padre detalles del viaje que emprendería a las propiedades de la Orden en el Paraguay, en calidad de Asistente Local. En una breve postdata le comunica el deceso de M.M. da C. quien estaba al acuidado de los hermanos de la S.J. desde hacía cuatro años y que fuera muy estimado por el difunto Bernardo. Finalmente extraje valioso material del mencionado cuadernillo de Guido Bitti, que contenía un conjunto de oraciones a la virgen (al parecer obra suya) y un cúmulo de recuerdos de M.M. da C. reunidos en los tres años que lo tuvo a su cuidado y que quizá escribió para aligerar el peso del secreto o movido por la compasión hacia su protegido y por un larvado deseo de iluminar su memoria. Así refería que:
“M.M da C. tras su partida de Sicilia pasó a Nápoles y quedó al amparo de la familia S.C. y que a los pocos meses sufrió un severo atentado contra su vida. Que luego la Marquesa C. y su hijo F. Caballero de Malta y General de la flota le habían soltado la mano. Que en Enero de 1610, la familia D. intercedió ante Sc.B y el Papa, un indulto por su terrible crimen, razón por la cual en la primavera embarcó hacia Alsium, donde aguardaría la autorización papal para ingresar a Roma. Llevaba unas pocas pertenencias y tres cuadros de su autoría, que serían ofrendados al Cdnl. Sc.B. y al muy noble C. de L antiguo vcr. por las benevolentes gestiones que sellaron su anhelada rehabilitación. Que los motivos de su desgracia se gestaron durante su estadía en M. Allí ofendió al G.M. de la O.C.M. al trabar íntima y pecaminosa relación con su paje R. por quien A de W. guardaba amorosa inclinación. Por ello fue expulsado de la Orden, acusado de “miembro pútrido”, encarcelado y luego de su fuga, secretamente condenado a muerte, como parte de una vendetta pergeñada por los caballeros. Que sospechaba que los S.C. debieron ceder a las presiones de los Caballeros y (contrariando la inmunidad ofrecida por Sc.B.) en el viaje de regreso a Roma lo entregaron a sus perseguidores. Hecho prisionero en el castillo de Alsium, sobre la vía Aurelia, fue cegado con hierro candente y dejado con vida bajo la custodia de la SJ para ser desterrado en el virreynato del Perú. Al morir. M.M. da C. fue enterrado en los altos de la ciudad en fosa innominada”.
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A partir de estas evidencias inicié el descifrado de las cartas,
llegando tras exhaustivas investigaciones
a las siguientes conclusiones:
* Que el misterioso viajero arribado al Perú no era otro que
Michelangelo Merisi, alias El Caravaggio,
el más célebre pintor del barroco italiano, sobre quien pesaba una pena de
muerte papal por el homicidio de Ranuccio Tomassoni en 1606. * Que el 5º General de la Orden (de los Jesuitas) que Betti menciona, era el Cardenal Claudio Acquaviva, autor de los Ratio Studiorum y acaso el mas prominente de los Generales de la Compañía de Jesús, a la cual comandó por más de 33 años. El Asistente ad Proventiam B.S era Benedicto Santis, jesuita emparentado con los duques de Ferrara.
* Que la familia D. corresponde a los Doria de Génova, antiguos protectores del pintor.
* Que las enigmáticas iniciales M. GM, OCM y A de W. refererirían a la isla de Malta y al Gran Maestre de la Orden de los Caballeros de Malta, Alof de Wignacourt, retratado por El Caravaggio cuando aún gozaba de su estima.
* Que la familia S.C a quien hace alusión el cuadernillo correspondería a la de Constanza Sforza Colonna, marquesa de Caravaggio y a su hijo Fabrizio.
* Que ScB. no sería otro que el Cardenal Scipione Borghese, mecenas y admirador del artista, además de sobrino del Papa Pablo V.
* Que el antiguo vcr. C. de L. no sería otro que Pedro Fernández de Castro y Andrade, 7º Conde de Lemos, famoso estadista y embajador español, Presidente del Consejo Supremo de Italia, Virrey de Nápoles, Presidente del Consejo de Indias y egregio protector de las artes, a quien Cervantes le dedicara su Don Quijote y Las Novelas Ejemplares entre otras obras y por añadidura, grande admirador del Caravaggio.
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Estos novedosos documentos disponibles inclinan a pensar que la difundida crónica en torno a la muerte del Caravaggio no solo es falaz sino que fue una escena, montada de común acuerdo entre sus perseguidores y sus protectores para cubrir la desaparición forzosa del malogrado artista. Es improbable que El Caravaggio haya fallecido a causa de la malaria contraída en las playas infectas de Porto Ercole, cuando trataba de alcanzar el barco que lo llevaría hacia Roma. Su cuerpo no fue jamás encontrado y su tan extraña muerte se acopló al mito de su tan extravagante existencia y de tal modo llegó hasta nosotros, a cuatro siglos de distancia.
Aparece como altamente probable que haya sido desterrado al Perú tras un horrendo acuerdo de perdonarle la vida privado de la vista, y de tal modo condenarlo a la agonía de existir sin ejercer su arte maravilloso.
Según se desprende de los manuscritos de Bernardo y Guido Bitti, Michelangelo Merisi, El Caravaggio, maestro del claroscuro y precursor del arte moderno, acabó sus días privado de la luz y los colores que tanto amó, en la soledad de una celda en algún establecimiento de los jesuitas del Perú y fue enterrado en fosa común en las afueras de Lima.
Estas son las inferencias que me impuso la lectura de aquellos escritos y fueron concebidas en la primavera de 1976. En este acto quedan a consideración de los lectores de mi columna mensual en esta prestigiosa revista de la Sociedad Historiográfica Lombarda.
Gaetano
Roncalli
G.O. (OMRI)