El estado no pertenece al gobierno
Definir
el estado, evitando las grandes palabras, permite aclarar algunas cuestiones de
estos tiempos que corren.
En
el mundo moderno, los sistemas democráticos consideran al estado como una
comunidad organizada en un territorio definido, con un orden jurídico estable,
atendido por un cuerpo de funcionarios que ejercen sus funciones en los poderes
ejecutivo, legislativo y judicial, independientes unos de otros y orientados al
bien común.
La
evolución del Estado ofrece realidades cambiantes, tanto en lo que concierne a
la estructura de sus órganos, a sus fines y a los límites de su poder. Así se
pasó del estado medieval al estado absoluto (desde el Renacimiento a las
revoluciones liberales), culminando en el estado moderno o constitucional,
producto de aquellas revoluciones) y en los estados totalitarios: Fascismos,
comunismos y populismos.
Es
importante aclarar que los conceptos de estado y gobierno no se consideran
sinónimos. Los gobernantes son aquellos que, por un tiempo determinado,
desempeñan funciones en las instituciones que forman parte del Estado. Además,
hay que diferenciar el término Estado de la idea de nación, ya que existen
naciones sin Estado y Estados que aglutinan a distintas naciones.
A
partir de lo dicho, advertimos que los gobiernos que no aceptan limitar sus
funciones al tiempo determinado por la constitución nacional y que reniegan conformar
el estado con tres poderes (Ejecutivo, legislativo y judicial) tienen un fin
inconfesable: La perpetuidad en los cargos y la apropiación absolutista del
estado. Así incorporan a su sistema de ideas el lema de Luis XIV de Francia: “El estado soy yo”. El estado pertenece
al que gobierna.
El
Kirchnerismo (Esa ensalada rusa de ideas que mezcla lo peor del Peronismo, lo más
infame del capitalismo, lo más execrable de la izquierda Stalinista y lo que
tuvo de abominable la corrupción menemista y el desenfreno del Chavismo
venezolano) a fuerza de negar la realidad, miente y confabula para trampear el
ejercicio de la política. Utiliza la mayoría parlamentaria como si fuera un
rebaño de adocenados para concretar aquellos fines inconfesables. Así, en
nombre de la soberanía, hacen sus negociados, expropian y arruinan las empresas
devenidas estatales, deficitarias, inoperantes y fuente de saqueo para los abnegados militantes que las gerencian.
Ahí están como lánguidos ejemplos Aerolíneas Argentinas e YPF. Enormes promesas
incumplidas.
La
única esperanza para aquellos que sin subsidios viven de su trabajo, que pagan sus
impuestos, que producen al menos lo que consumen y aspiran a la grandeza de su
patria, es que al finalizar el mandato, los actos de los que mandan puedan ser revisados por
la justicia. Y si cometieron crímenes, que sean juzgados y si correspondiera
que se los mande presos.
Hoy
día esa esperanza justiciera se encuentra amenazada. El “Vamos por todo” según el decir de CFK es adocenar al tercer poder
del estado: El Poder Judicial.
Del
mismo modo que adocenó a todos sus funcionarios y legisladores, ahora va por la
justicia. La trampa se esconde detrás del relato: La seudo democratización de
la justicia, con prepotencia, sin debate ni consenso, es avasallar la constitución,
quebrando las reglas del juego democrático. Es ni más ni menos que la búsqueda disparatada
de la hegemonía autoritaria. He ahí la remanida estratagema populista.
Esta
desteñida fotocopia del Chavismo, cual es la nefasta política K, augura males
indecibles. Los argentinos somos especialistas en lamentos tardíos. Ojalá algún
día aprendamos las lecciones de la historia.
En
el siglo XIX probamos las mieles de la Suma
del Poder Público conferidas al así llamado Restaurador de las Leyes. Don Juan Manuel de Rosas ejerció ese
poder durante décadas, postergó la organización nacional y acalló las voces
opositoras con la ayuda de la Mazorca.
Luego
vino la etapa Constitucional y el desarrollo que llevó a la Argentina a ser
tierra de promisión, la que atrajo a los barcos de los cuales casi todos
descendemos.