martes, 23 de abril de 2013


LOMBARD ODIER  O LA RAZÓN DE MI VIDA


 


 Cuando centenares de miles de ciudadanos ganan las calles de la república, para manifestar su abominación por un gobierno que ha incurrido en crímenes execrables, algo saludable opera en las entrañas de la democracia.
Cuando la presidente CFK huye de esa realidad en un avión hacia Caracas, muestra sus dotes de estadista en 5 docenas de twits banales y trata de esconder tras la mentira de un ejercicio exitoso de la abogacía, los millones de euros robados a la sociedad civil por la mano sucia de su sociedad conyugal, algo enfermizo opera en las entrañas del poder.
Cuando el relato tramposo de las políticas corruptas, sostenido por intelectualoides a sueldo que militan en la corte del poder de turno, trata de compatibilizar las miserabilidades de Héctor Cámpora con las virtudes de Juan Perón; las seguridades de la Banca Lombard Odier, Rue de la Corraterie 11 - 1204 Genève- Suiza, donde depositan sus infames peculados, con la rebeldía del manifiesto peronista de Evita, editado por Peuser en 1951, con el título La razón de mi vida, algo disparatado ocurre en las entrañas del gobierno y de los adocenados que ciegamente lo obedecen.
De esa puja entre lo saludable y lo enfermizo, entre lo disparatado y lo razonable se están conformando los anticuerpos que neutralizarán a estos cuerpos extraños de la política, que usaron en el peor sentido de la palabra las instituciones argentinas para satisfacer pulsiones abominables a la par que sembraban muerte, corrupción y miserias entre argentinos.
Lo viejo aún no se acaba y lo nuevo aún no nace, pero inevitablemente sucederá.  

domingo, 14 de abril de 2013



El estado no pertenece al gobierno

 

 

Definir el estado, evitando las grandes palabras, permite aclarar algunas cuestiones de estos tiempos que corren.
En el mundo moderno, los sistemas democráticos consideran al estado como una comunidad organizada en un territorio definido, con un orden jurídico estable, atendido por un cuerpo de funcionarios que ejercen sus funciones en los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, independientes unos de otros y orientados al bien común.
La evolución del Estado ofrece realidades cambiantes, tanto en lo que concierne a la estructura de sus órganos, a sus fines y a los límites de su poder. Así se pasó del estado medieval al estado absoluto (desde el Renacimiento a las revoluciones liberales), culminando en el estado moderno o constitucional, producto de aquellas revoluciones) y en los estados totalitarios: Fascismos, comunismos y populismos.
Es importante aclarar que los conceptos de estado y gobierno no se consideran sinónimos. Los gobernantes son aquellos que, por un tiempo determinado, desempeñan funciones en las instituciones que forman parte del Estado. Además, hay que diferenciar el término Estado de la idea de nación, ya que existen naciones sin Estado y Estados que aglutinan a distintas naciones.
A partir de lo dicho, advertimos que los gobiernos que no aceptan limitar sus funciones al tiempo determinado por la constitución nacional y que reniegan conformar el estado con tres poderes (Ejecutivo, legislativo y judicial) tienen un fin inconfesable: La perpetuidad en los cargos y la apropiación absolutista del estado. Así incorporan a su sistema de ideas el  lema de Luis XIV de Francia: “El estado soy yo”. El estado pertenece al que gobierna.
El Kirchnerismo (Esa ensalada rusa de ideas que mezcla lo peor del Peronismo, lo más infame del capitalismo, lo más execrable de la izquierda Stalinista y lo que tuvo de abominable la corrupción menemista y el desenfreno del Chavismo venezolano) a fuerza de negar la realidad, miente y confabula para trampear el ejercicio de la política. Utiliza la mayoría parlamentaria como si fuera un rebaño de adocenados para concretar aquellos fines inconfesables. Así, en nombre de la soberanía, hacen sus negociados, expropian y arruinan las empresas devenidas estatales, deficitarias, inoperantes y fuente de saqueo para los abnegados militantes que las gerencian. Ahí están como lánguidos ejemplos Aerolíneas Argentinas e YPF. Enormes promesas incumplidas.
La única esperanza para aquellos que sin subsidios viven de su trabajo, que pagan sus impuestos, que producen al menos lo que consumen y aspiran a la grandeza de su patria, es que al finalizar el mandato, los actos de los que mandan puedan ser revisados por la justicia. Y si cometieron crímenes, que sean juzgados y si correspondiera que se los mande presos.
Hoy día esa esperanza justiciera se encuentra amenazada. El “Vamos por todo” según el decir de CFK es adocenar al tercer poder del estado: El Poder Judicial.
Del mismo modo que adocenó a todos sus funcionarios y legisladores, ahora va por la justicia. La trampa se esconde detrás del relato: La seudo democratización de la justicia, con prepotencia, sin debate ni consenso, es avasallar la constitución, quebrando las reglas del juego democrático. Es ni más ni menos que la búsqueda disparatada de la hegemonía autoritaria. He ahí la remanida estratagema populista.
Esta desteñida fotocopia del Chavismo, cual es la nefasta política K, augura males indecibles. Los argentinos somos especialistas en lamentos tardíos. Ojalá algún día aprendamos las lecciones de la historia.
En el siglo XIX probamos las mieles de la Suma del Poder Público conferidas al así llamado Restaurador de las Leyes. Don Juan Manuel de Rosas ejerció ese poder durante décadas, postergó la organización nacional y acalló las voces opositoras con la ayuda de la Mazorca.
Luego vino la etapa Constitucional y el desarrollo que llevó a la Argentina a ser tierra de promisión, la que atrajo a los barcos de los cuales casi todos descendemos.

 

 

 

miércoles, 3 de abril de 2013


El fracaso de una generación política



Desde la antigüedad griega se ha establecido que la política es una rama de la ética que se ocupa de la administración de la polis, sea esta una ciudad o un estado.
Un espacio de treinta años es considerado como la duración media de cada generación.
A ojo de buen cubero, podemos afirmar sin temor al yerro, que desde la recuperación de la democracia hasta la fecha, la función pública ha sido atravesada por una generación completa de políticos.
Los resultados de su gestión, a la luz de cada día, son pobrísimos y la culpa no la merece la democracia como sistema, sino la ineptitud de quienes la han ejercido, sean estos electores o elegidos.
No hace falta ser un clarividente para establecer que las tragedias que periódicamente azotan a la sociedad argentina, sin distinción de clases, tienen una relación directa con un mal desempeño de los gobernantes que han sido ungidos por el voto popular.
A modo de ejemplo, recordemos las decenas de muertos por la tragedia ferroviaria de Once. Pasado el tiempo todo sigue igual, pese a la montaña de grandes palabras con que se pretendió tapar el crimen de la inoperancia corrupta.
Y ahora, decenas de víctimas en la Ciudad de Buenos Aires y su periferia, ahogados no por un tsunami o un huracán, sino por una lluvia torrencial aunada a la mediocridad mortífera de una clase política que usa el poder para satisfacer sus fines inconfesables, mientras observan estas tragedias desde sus seguros refugios, en la montaña, en  el mar o en Puerto Madero.
Mucho debemos meditar los argentinos sobre el reparto de responsabilidades, no sea cosa que acabemos creyendo que el cambio climático, la inclemencia de las fuerzas de la naturaleza o el destino deben cargar con el sambenito de los penitentes.
Las primeras magistraturas nacionales, provinciales y municipales deben ser examinadas con ojo crítico. Ahí subyacen la mayoría de nuestras lacras.
La ciudad más rica de la república, la así llamada Reina del Plata, como la otra, la Atenas Criolla, la ciudad de las diagonales, capital de la Provincia más opulenta del país, están sembradas de muertos inocentes, producto de la impericia desvergonzada de gobernantes de toda laya y pelaje, que se han sucedido ininterrumpidamente, que se han llenado la boca con deplorable palabrerìo y los bolsillos con grandes fortunas, pero que han pasado sin resolver los problemas más elementales de los ciudadanos.
Exceptuando lo que hubiere que exceptuar, así son las cosas en nuestra República Argentina, el pretendido país de las maravillas según el relato de los mandamases de turno.