miércoles, 3 de abril de 2013


El fracaso de una generación política



Desde la antigüedad griega se ha establecido que la política es una rama de la ética que se ocupa de la administración de la polis, sea esta una ciudad o un estado.
Un espacio de treinta años es considerado como la duración media de cada generación.
A ojo de buen cubero, podemos afirmar sin temor al yerro, que desde la recuperación de la democracia hasta la fecha, la función pública ha sido atravesada por una generación completa de políticos.
Los resultados de su gestión, a la luz de cada día, son pobrísimos y la culpa no la merece la democracia como sistema, sino la ineptitud de quienes la han ejercido, sean estos electores o elegidos.
No hace falta ser un clarividente para establecer que las tragedias que periódicamente azotan a la sociedad argentina, sin distinción de clases, tienen una relación directa con un mal desempeño de los gobernantes que han sido ungidos por el voto popular.
A modo de ejemplo, recordemos las decenas de muertos por la tragedia ferroviaria de Once. Pasado el tiempo todo sigue igual, pese a la montaña de grandes palabras con que se pretendió tapar el crimen de la inoperancia corrupta.
Y ahora, decenas de víctimas en la Ciudad de Buenos Aires y su periferia, ahogados no por un tsunami o un huracán, sino por una lluvia torrencial aunada a la mediocridad mortífera de una clase política que usa el poder para satisfacer sus fines inconfesables, mientras observan estas tragedias desde sus seguros refugios, en la montaña, en  el mar o en Puerto Madero.
Mucho debemos meditar los argentinos sobre el reparto de responsabilidades, no sea cosa que acabemos creyendo que el cambio climático, la inclemencia de las fuerzas de la naturaleza o el destino deben cargar con el sambenito de los penitentes.
Las primeras magistraturas nacionales, provinciales y municipales deben ser examinadas con ojo crítico. Ahí subyacen la mayoría de nuestras lacras.
La ciudad más rica de la república, la así llamada Reina del Plata, como la otra, la Atenas Criolla, la ciudad de las diagonales, capital de la Provincia más opulenta del país, están sembradas de muertos inocentes, producto de la impericia desvergonzada de gobernantes de toda laya y pelaje, que se han sucedido ininterrumpidamente, que se han llenado la boca con deplorable palabrerìo y los bolsillos con grandes fortunas, pero que han pasado sin resolver los problemas más elementales de los ciudadanos.
Exceptuando lo que hubiere que exceptuar, así son las cosas en nuestra República Argentina, el pretendido país de las maravillas según el relato de los mandamases de turno.