domingo, 14 de abril de 2013



El estado no pertenece al gobierno

 

 

Definir el estado, evitando las grandes palabras, permite aclarar algunas cuestiones de estos tiempos que corren.
En el mundo moderno, los sistemas democráticos consideran al estado como una comunidad organizada en un territorio definido, con un orden jurídico estable, atendido por un cuerpo de funcionarios que ejercen sus funciones en los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, independientes unos de otros y orientados al bien común.
La evolución del Estado ofrece realidades cambiantes, tanto en lo que concierne a la estructura de sus órganos, a sus fines y a los límites de su poder. Así se pasó del estado medieval al estado absoluto (desde el Renacimiento a las revoluciones liberales), culminando en el estado moderno o constitucional, producto de aquellas revoluciones) y en los estados totalitarios: Fascismos, comunismos y populismos.
Es importante aclarar que los conceptos de estado y gobierno no se consideran sinónimos. Los gobernantes son aquellos que, por un tiempo determinado, desempeñan funciones en las instituciones que forman parte del Estado. Además, hay que diferenciar el término Estado de la idea de nación, ya que existen naciones sin Estado y Estados que aglutinan a distintas naciones.
A partir de lo dicho, advertimos que los gobiernos que no aceptan limitar sus funciones al tiempo determinado por la constitución nacional y que reniegan conformar el estado con tres poderes (Ejecutivo, legislativo y judicial) tienen un fin inconfesable: La perpetuidad en los cargos y la apropiación absolutista del estado. Así incorporan a su sistema de ideas el  lema de Luis XIV de Francia: “El estado soy yo”. El estado pertenece al que gobierna.
El Kirchnerismo (Esa ensalada rusa de ideas que mezcla lo peor del Peronismo, lo más infame del capitalismo, lo más execrable de la izquierda Stalinista y lo que tuvo de abominable la corrupción menemista y el desenfreno del Chavismo venezolano) a fuerza de negar la realidad, miente y confabula para trampear el ejercicio de la política. Utiliza la mayoría parlamentaria como si fuera un rebaño de adocenados para concretar aquellos fines inconfesables. Así, en nombre de la soberanía, hacen sus negociados, expropian y arruinan las empresas devenidas estatales, deficitarias, inoperantes y fuente de saqueo para los abnegados militantes que las gerencian. Ahí están como lánguidos ejemplos Aerolíneas Argentinas e YPF. Enormes promesas incumplidas.
La única esperanza para aquellos que sin subsidios viven de su trabajo, que pagan sus impuestos, que producen al menos lo que consumen y aspiran a la grandeza de su patria, es que al finalizar el mandato, los actos de los que mandan puedan ser revisados por la justicia. Y si cometieron crímenes, que sean juzgados y si correspondiera que se los mande presos.
Hoy día esa esperanza justiciera se encuentra amenazada. El “Vamos por todo” según el decir de CFK es adocenar al tercer poder del estado: El Poder Judicial.
Del mismo modo que adocenó a todos sus funcionarios y legisladores, ahora va por la justicia. La trampa se esconde detrás del relato: La seudo democratización de la justicia, con prepotencia, sin debate ni consenso, es avasallar la constitución, quebrando las reglas del juego democrático. Es ni más ni menos que la búsqueda disparatada de la hegemonía autoritaria. He ahí la remanida estratagema populista.
Esta desteñida fotocopia del Chavismo, cual es la nefasta política K, augura males indecibles. Los argentinos somos especialistas en lamentos tardíos. Ojalá algún día aprendamos las lecciones de la historia.
En el siglo XIX probamos las mieles de la Suma del Poder Público conferidas al así llamado Restaurador de las Leyes. Don Juan Manuel de Rosas ejerció ese poder durante décadas, postergó la organización nacional y acalló las voces opositoras con la ayuda de la Mazorca.
Luego vino la etapa Constitucional y el desarrollo que llevó a la Argentina a ser tierra de promisión, la que atrajo a los barcos de los cuales casi todos descendemos.