viernes, 6 de diciembre de 2013

K = Z

 
Si el hombre llegado a su entera perfección,
 es el primero de los animales,
es el último cuando vive sin leyes y sin justicia.
Aristóteles
 
“Z” fue una premiada película franco-argelina dirigida por Costa Gavras en 1969, con Yves Montand, Irene Papas y J.L Trintignant en los roles principales. Narra la historia de un país regido por un gobierno autoritario que a la hora de investigar sus propios crímenes obstaculiza a los jueces para lograr la impunidad. Como es habitual, en los créditos que preceden al film se advierte que cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia.
En la tierra de los argentinos, hablar de las leyes y la justicia es mentar a sus antónimos.
Cuando se habla de la corrupción del círculo íntimo de quienes gobiernan, inevitablemente surge el recuerdo de la película Z.
¿Hay ejemplo más nítido y  horrendo que los abusos del poder para zafar al vicepresidente de la República, Amado Boudou, de los cargos que se acumulan contra él?
Omitiremos opinar acerca de las cualidades morales de Boudou y de su imagen pública. Otros lo harán mejor. Mencionaremos, eso sí, que apenas este cortesano, advenedizo como todos, fuera puesto en tela de juicio por sus cuestionables maniobras en el caso de la imprenta Ciccone, maniobras que con toda seguridad eran conocidas y toleradas por el finado N.K  y su viuda, el Poder Ejecutivo mostró sus garras apartando a jueces y fiscales para imponer sus falsías.
¿Acaso la historia se repite cuando la Procuradora General de la Nación, Alejandra Gils Carbo pretende apartar al fiscal que investiga los manejos financieros de Lázaro Báez, conspicuo socio de los Kirchner?
Un gobierno capaz de manipular las estadísticas oficiales, corrompiendo el INDEC y convirtiéndolo en un propalador de mentiras, es posible que también sea capaz de ocultar la verdad en otros ámbitos, el de la justicia por caso.
Bien decía Sófocles que una mentira nunca vive tanto como para llegar a vieja.
Si es que hay una sociedad comprometida con la verdad, agregaríamos nosotros.
De no ser así, pesadas serán las cargas que los crímenes emanados de la corrupción populista colocarán sobre los hombros de las generaciones venideras.
El relato falluto de una década ganada, el fomento de la división y el enfrentamiento artificial entre los argentinos, difundir la moralina y la pretensión de ser abanderados de los pobres cuando se han enriquecido a costa de las arcas públicas o imaginar que Puerto Madero es la Sierra Maestra serán lastres ominosos. Asegurar que la inflación, la inseguridad, el atraso, la miseria, la droga, la educación descuidada y el deterioro progresivo de la que debería ser una comunidad organizada son meras sensaciones también lo serán.
He aquí los temas de reflexión que gravitaran sobre aquellos argentinos que deseen una patria mejor para sus hijos. Sin evitar la necesaria autocrítica en torno a las responsabilidades que nos caben en el ejercicio de nuestro civismo durante estos treinta años de democracia.